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miércoles, 28 de abril de 2021

CUENTO




Las tres hijas del rey


Mi hermana mayor Ing.Zu, mi hermosa hermanita Llu(+) y yo


Había una vez un rey que poseía extensos dominios. Era tan poderoso y buen monarca, que todos pensaron que la estela de su reinado nunca terminaría.

Sin embargo, la vida siempre marcha hacia adelante, independientemente del poder que se tenga, y el rey cada vez se sentía más viejo y con menos fuerzas para gobernar.

Entonces, un día tomó una determinación. Tenía tres hijas a las que quería por igual, aunque levemente su preferencia se inclinaba por la menor, y no podía cometer la injusticia de legar todo su imperio a solo una. Por tanto, dividiría el reino en tres partes, una para cada hija.

No obstante, la idea del rey no era dividir sus dominios en tres franjas iguales, sino hacerlo atendiendo al amor que le profesara cada hija. Así, la que más lo quisiera, reinaría en la franja de mayor extensión territorial y poderío.

El rey esperaba que el mérito fuese para la menor, pero vaya sorpresa que se llevó.

Convocó a sus tres hijas y les explicó la idea que había invadido su cabeza.

Rápidamente, estas empezaron a hablar para reflejar con palabras el amor que sentían por su padre.

– Te quiero más que a mí misma padre- dijo sin dudar la mayor.

– Yo más que a cualquier cosa en esta vida- exclamó la del medio.

– Yo te quiero tanto como se supone que una hija ame a un padre y te considero tan necesario para mí como lo es la sal para los alimentos- explicó la menor.

El planteamiento de la pequeña disgustó al padre. ¿Qué diantres significaba eso de estarlo comparando con la sal?

De inmediato vociferó su disgusto y dijo a su otrora hija querida: -Me has decepcionado. No mereces heredar nada de mí. El reino se dividirá solo en dos para tus hermanas y tu abandonarás de inmediato mi castillo y mis tierras.

Con lágrimas en los ojos y víctima de un profundo sufrimiento, la hija abandonó el castillo. Sólo le permitieron llevar un bello vestido de princesa, para su uso diario.

El rey ciertamente se sentía destrozado. El amor que sentía por la menor se había trastocado en rabia y por ello cumplió con su palabra. Dividió su reino en dos partes y benefició a sus otras dos hijas, las que rápidamente fueron desposadas.

La menor, la más bonita del reino, se exilió en un bosque de la comarca vecina. Allí vivía sumida en la tristeza en una choza que encontró abandonada.

Desde su llegada guardó el vestido de princesa y comenzó a vestirse con ropa usada que encontraba por ahí o compraba a bajo precio.

Un día, cuando ya se agotaban sus últimos recursos, decidió pedir trabajo en el palacio de la comarca.

La cocinera la recibió y aceptó ponerla a prueba como ayudante. Si rendía, podría ser contratada aunque por un mísero salario.

Por supuesto, la ex princesa puso todo su empeño en hacerlo bien y así fue. Logró ser contratada y trabajó por varios meses como ayudante de cocina en el castillo real del reino vecino al de su padre, ahora dividido y poseído por las hermanas.

Tras una ardua faena, un día la princesa cocinera regresaba a su choza y descubrió a un viejo llorando en un tronco. Inmediatamente reconoció a su padre, otrora poderoso monarca. Este no la reconoció entre tantas prendas rahídas y al ver como la pobre mujer se solidarizaba con él, le hizo su historia reciente.

Resulta que luego de legar su reino a las hijas que dijeron quererlo más, estas lo rechazaron y lo expulsaron del reino. Lo consideraban un estorbo y ahora ellas querían gobernar a su forma, sin tener que preocuparse por atender a su padre y los caballeros que retuvo para su protección personal.

La historia aumentó aún más el sufrimiento permanente con el que vivía su hija menor. Esta aceptó acogerlo cada noche en su choza para darle de comer, aunque sin revelarle su identidad.

Semanas después se enteró de que el príncipe del castillo en el que trabajaba ofrecería un baile al que estaban invitadas todas las jóvenes desposaderas de la comarca, con el objetivo de decidir a quién haría su compañera para reinar.

La antes princesa dudaba si ir o no ir, pues aunque había quedado prendada del príncipe desde la primera vez que lo vio en el castillo, prefería conocerlo mejor antes que ofrecérsele como una posible candidata a esposa. Tras mucho pensarlo, decidió asistir.

Fue así entonces que el día del baile cambió sus harapos por el bello vestido de princesa que aún conservaba y entró radiante al palacio.

Apenas irrumpió por la puerta el príncipe volteó a verla y quedó prendado de esa joven a la que nunca había visto antes. La invitó a bailar, desconociendo que era la ayudante de cocina del palacio.

Tras conversar y bailar por horas ambos descubrieron que se gustaban más allá de lo físico y aparente. Pensaban de forma idéntica sobre los principales asuntos de la vida y compartían criterios sobre qué era el amor, el matrimonio, la familia y la felicidad.

De esta forma, sólo unas pocas horas les bastó a ambos para comprender que estaban destinados a amarse. Por ello el príncipe se atrevió a pedirle matrimonio y la muchacha, sin dudarlo, aceptó, aunque con la condición de que primero viera quién era ella realmente.

Dicho esto, se mostró ante el futuro rey como la ayudante de cocina de su palacio. El príncipe, sorprendido, no pudo menos que preguntarle cómo era posible que se hubiese mantenido tantos meses camuflada, ocultando su belleza.

Ante la interrogante, la muchacha contó toda su historia y dijo que su padre, ese que la había desherado sin compasión, ahora también pasaba por una situación similar producto de la codicia de sus hermanas.

El príncipe se compadeció de ambos y dijo a su amada que trajese al padre a palacio, y que ambos permanecieran viviendo allí hasta tanto se efectuase la boda, que acordaron realizar en una semana.

Nuestra protagonista aceptó gustosa la propuesta y rápidamente fue a buscar a su padre, quién al verla envuelta en el bello vestido con el que la había expulsado de su reino, quedó atónito y le costó entender que se trataba de la misma pobre mujer que le había estado dando de comer por tanto tiempo.

Al descubrir la realidad, el antiguo rey pidió perdón y agradeció el amor de su hija.

Esta explicó que nunca había dejado de quererlo y que sus palabras habían sido malinterpretadas por él.

Para demostrárselo, el día del banquete de bodas pidió a la cocinera que no echase sal a los alimentos del banquete.

Todos estaban felices con el matrimonio del príncipe y la muchacha más bella de las dos comarcas de la región, pero al probar bocados la felicidad se transformó en desaire.

De inmediato, el padre comprendió que había querido decir su hija con aquello de la sal. Para ella él era como un componente infaltable de su vida, para que esta fuera realmente completa y feliz.

Arrepentido una vez más volvió a pedir perdón. La hija, por supuesto, lo perdonó y desde entonces fue feliz junto a su amado esposo y su padre, otrora rey y a partir de ese momento consejero de su yerno, hasta que falleció comprendiendo que siempre había tenido sólo una hija que realmente le quisiera.

Las otras, aquellas en que depositó su legado, se las ingeniaron para combatir entre sí, tratando de reunificar el reino y ganar más poder, hasta que las riquezas de ambas se evaporaron y perecieron.

Al cabo del tiempo, sólo un reino prevaleció en la comarca. El de la hija que amaba a su padre como a la sal.

 Autor desconocido

A VECES LOS CUENTOS SON UN POQUITO LARGOS PERO VALE LA PENA LEERLOS, EL VERDADERO AMOR ES COMO LO DESCRIBEN CON UNA ROSA, SI TE GUSTA LA ARRANCAS PERO SI LA QUEREMOS LA VAMOS A REGAR, ABONAR, CUIDAR , QUE LINDO COMPARO LA SAL CON EL CARIÑO Y AMOR QUE LE TENÍA A SU PADRE, ME DEJA SIN PALABRAS PORQUE IGUAL SIENTO QUE MIS PADRES SON EL MOTOR DE CADA DÍA, SON LOS QUE NOS DAN SU AMOR INCONDICIONAL, SOLO QUE A VECES ESTAMOS TAN PREOCUPADOS EN CRECER, TENER Y SE NOS VA OLVIDANDO QUE ELLOS CADA VEZ SE HACEN MÁS GRANDES  ..MIL GRACIAS BELLOS AMIGOS POR SUS VISITAS, DESEO QUE HAYAN INICIADO DE MARAVILLA SU DÍA, QUE SEA LLENA DE ÉXITO EN TODO LO QUE EMPRENDAN, CON MUCHO CARIÑO SU SIEMPRE AMIGA MEXICANA____________Kimera























viernes, 5 de julio de 2019

Hans Christian Andersen


El chelín de plata




Érase una vez un chelín. Cuando salió de la ceca, pegó un salto y gritó, con su sonido metálico «¡Hurra! ¡Me voy a correr mundo!». Y, efectivamente, éste era su destino.

El niño lo sujetaba con mano cálida, el avaro con mano fría y húmeda; el viejo le daba mil vueltas, mientras el joven lo dejaba rodar. El chelín era de plata, con muy poco cobre, y llevaba ya todo un año corriendo por el mundo, es decir, por el país donde lo habían acuñado. Pero un día salió de viaje al extranjero. Era la última moneda nacional del monedero de su dueño, el cual no sabía ni siquiera que lo tenía, hasta que se lo encontró entre los dedos.

-¡Toma! ¡Aún me queda un chelín de mi tierra! -exclamó- ¡Hará el viaje conmigo!

Y la pieza saltó y cantó de alegría cuando la metieron de nuevo en el bolso. Y allí estuvo junto a otros compañeros extranjeros, que iban y venían, dejándose sitio unos a otros mientras el chelín continuaba en su lugar. Era una distinción que se le hacía.

Llevaban ya varias semanas de viaje, y el chelín recorría el vasto mundo sin saber fijamente dónde estaba. Oía decir a las otras monedas que eran francesas o italianas. Una explicaba que se encontraban en tal ciudad, pero el chelín no podía formarse idea. Nada se ve del mundo cuando se permanece siempre metido en el bolso, y esto le ocurría a él. Pero un buen día se dio cuenta de que el monedero no estaba cerrado, por lo que se asomó a la abertura, para echar una mirada al exterior. Era una imprudencia, pero pudo más la curiosidad, y esto se paga. Resbaló y cayó al bolsillo del pantalón, y cuando, a la noche, fue sacado de él el monedero, nuestro chelín se quedó donde estaba y fue a parar al vestíbulo con las prendas de vestir; allí se cayó al suelo, sin que nadie lo oyera ni lo viese. A la mañana siguiente volvieron a entrar las prendas en la habitación; el dueño se las puso y se marchó, pero el chelín se quedó atrás. Alguien lo encontró y lo metió en su bolso, para que tuviera alguna utilidad.

«Siempre es interesante ver el mundo -pensó el chelín-, conocer a otras gentes, otras costumbres».

¿Qué moneda es ésta? -exclamó alguien-. No es del país. Debe ser falsa, no vale.

Y aquí empieza la historia del chelín, tal y como él la contó más tarde.

-¡Falso! ¡Que no valgo! Aquello me hirió hasta lo más profundo -dijo el chelín-. Sabía que era de buena plata, que tenía buen sonido, y el cuño auténtico.

«Esta gente se equivoca -pensé- o tal vez no hablan de mí». Pero sí, a mí se referían: me llamaban falso e inútil. «Habrá que pasarlo a oscuras», dijo el hombre que me había encontrado; y me pasaron en la oscuridad, y a la luz del día volví a oír pestes: «¡Falso, no vale! Tendremos que arreglarnos para sacárnoslo de encima».

Y el chelín temblaba entre los dedos cada vez que lo colaban disimuladamente, haciéndolo pasar por moneda del país.

-¡Mísero de mí! ¿De qué me sirve mi plata, mi valor, mi cuño, si nadie los estima? Para el mundo nada vale lo que uno posee, sino sólo la opinión que los demás se han formado de ti. Debe ser terrible tener la conciencia cargada, haber de deslizarse por caminos tortuosos, cuando yo, que soy inocente, sufro tanto sólo porque tengo las apariencias en contra. Cada vez que me sacaban, sentía pavor de los ojos que iban a verme. Sabía que me rechazarían, que me tirarían sobre la mesa, como si fuese mentira y engaño.

Una vez fui a parar a manos de una mujer vieja y pobre, en pago de su duro trabajo del día; y ella no encontraba medio de sacudírseme; nadie quería aceptarme, era una verdadera desgracia para la pobre.

-No tengo más remedio que colarlo a alguien -decía-; no puedo permitirme el lujo de guardar un chelín falso. El rico panadero se lo tragará; no le hace tanta falta como a mí; pero, sea como fuere, es una mala acción de mi parte.

-¡Vaya! ¡Encima voy a ser una carga sobre la conciencia de esta vieja! -suspiró el chelín-. ¿Tanto he cambiado en estos últimos tiempos?

La mujer se fue a la tienda del rico panadero, pero el hombre era perito en materia de monedas buenas y falsas. No me quiso, y hube de sufrir que me arrojaran a la cara de la vieja, la cual tuvo que volverse sin pan. Mi corazón sangraba, pues sólo me habían acuñado para causar disgustos a los demás. ¡Yo, que de joven tanta confianza había merecido y había estado tan seguro y orgulloso de mi valor y de la autenticidad de mi cuño! Me invadió una melancolía tal como sólo un pobre chelín puede sentir cuando nadie lo quiere.

Pero la mujer se me llevó nuevamente a su casa y me miró con cariño, con dulzura y bondad. «¡No, no engañaré a nadie más contigo! -dijo-. Voy a agujerearte para que todo el mundo vea que eres falso; y, no obstante – se me ocurre una idea -, tal vez eres una moneda de la suerte. Se me acaba de ocurrir este pensamiento, y quiero creer en él. Haré un agujero en el chelín, le pasaré un cordón y lo colgaré del cuello del pequeñuelo de la vecina como moneda de la suerte».

Y me agujereó, operación nada agradable, pero que uno soporta cuando se hace con buena intención. Me pasaron un cordón por el orificio, y quedé convertido en una especie de medallón. Me colgaron del cuello del niño, que me sonrió y me besó; y toda la noche descansé sobre el pecho calentito e inocente de la criatura.

A la mañana siguiente, la madre me cogió entre sus dedos y me examinó; pronto comprendí que traía alguna intención. Cogiendo las tijeras, cortó la cuerdecita que me ataba.

-¿El chelín de la suerte? -dijo-. Pronto lo veremos.

Me puso en vinagre, con lo que muy pronto estuve completamente verde. Luego taponó el agujero y, tras haberme frotado un poco, al atardecer se fue conmigo a la administración de loterías para comprar un número, que debía ser el de la suerte.

¡Qué mal lo pasé! Me sentía oprimido como si fuese a romperme; sabía que me calificarían de falso y me rechazarían, y ello en presencia de todo aquel montón de monedas, todas con su cara y su inscripción, de que tan orgullosas podían sentirse. Pero me fue ahorrada aquella vergüenza; había tanta gente en el despacho de loterías, y el hombre estaba tan atareado, que fui a parar a la caja junto con las demás piezas. Si luego salió premiado el billete, es cosa que ignoro; lo que sí sé es que al día siguiente fui reconocido por falso, puesto aparte y destinado a seguir engañando, siempre engañando. Esto es insoportable cuando se tiene una personalidad real y verdadera, y nadie puede negar que yo la tengo.

Durante mucho tiempo fui pasando de mano en mano, de casa en casa, recibido siempre con improperios, y siempre mal visto. Nadie fiaba en mí; yo había perdido toda confianza en mí mismo y en el mundo. ¡Fueron duros aquellos tiempos!

Un día llegó un viajero; me pusieron en sus manos, y el hombre fue lo bastante cándido para aceptarme como moneda corriente. Pero cuando llegó el momento de pagar conmigo, volví a oír el sempiterno insulto: «No vale. Es falso».

-Pues yo lo tomé por bueno -dijo el hombre, examinándome con detenimiento. Y, de repente, se dibujé una amplia sonrisa en su cara, cosa que no se había producido en ninguna de cuantas me habían mirado.

-¡Qué es esto! -exclamó-. Pero si es una moneda de mi país, un bueno y auténtico chelín de casa, que agujerearon y ahora tienen por falso. ¡Vaya caso divertido! Me lo guardaré y me lo llevaré a mi tierra.

Me estremecí de alegría al oírme llamar chelín bueno y legítimo. Volvería a mi patria, donde todos me conocerían, y sabrían que soy de buena plata y de auténtico cuño. Habría echado chispas de puro gozo, pero eso de despedir chispas no me va, lo hace el acero, pero no la plata.

Me envolvieron en un papel fino y blanco para no confundirme con las demás monedas y pasarme por descuido. Y sólo me sacaban en ocasiones solemnes, cuando acertaban a encontrarse paisanos míos, y siempre hablaban muy bien de mí. Decían que era interesante; es chistoso eso de ser interesante sin haber pronunciado una sola palabra. Y al fin volví a mi patria. Mis penalidades tocaron a su fin y comenzó mi dicha. Era de buena ley, llevaba el cuño legitimo, y el haber sido agujereado para marcarme como falso no suponía desventaja alguna. Con tal de no serlo, la cosa no tiene importancia.


FIN



WOW IMPRESIONANTE Y MARAVILLOSO DE MOSTRAR LO RELATIVO DE UN SER HUMANO CON LA DIFERENCIA, QUE SE DICE  NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA Y EN ESTE CASO EL CHELÍN SOLO FUE VALORADO EN SU PAÍS,  TUVO PACIENCIA Y PERSEVERO HASTA QUE SE LE HIZO JUSTICIA, AL MENOS ESO ES LO QUE CREYÓ ÉL, PIENSO QUE ALGO TIENE DE VERDAD YA QUE HABEMOS PERSONAS QUE DUDAMOS DE NUESTRO VALOR Y ESPERAMOS QUE NOS VALOREN, MAL MUY MAL...SIEMPRE HAY QUE RECORDAR QUE NO A TODOS AGRADAREMOS, ES MEJOR AGRADARNOS A NOSOTROS MISMOS Y VALORARNOS, ME QUEDO AÚN PENSANDO EN LA MORALEJA DE ESTE MARAVILLOSO CUENTO, MIL GRACIAS BELLOS AMIGOS POR SUS APRECIABLES VISITAS, FELIZ VIERNES Y FIN DE SEMANA, QUE DESCANSEN RICO Y RECARGAR LAS PILAS, CON MUCHO CARIÑO SU SIEMPRE AMIGA MEXICANA____________Kimera