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lunes, 7 de octubre de 2024

EL TEMIDO ENEMIGO

 






Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era.  


Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el más poderoso del reino.  


Invariablemente todos le decían lo mismo:  


-Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce el futuro.  


( En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”).  


El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.  


No decían lo mismo del rey.  


Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.  


Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan:  


Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes...  


Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó...  


Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le preguntó:  


- ¿Es cierto que puedes leer el futuro?  


- Un poco – dijo el mago. 

 

- ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?  


- Un poco – dijo el mago.  


- Entonces quiero que me des una prueba -  dijo el rey -  


¿Qué día morirás?. ¿ Cuál es la fecha de tu muerte?  


El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó. 

 

- ¿Qué pasa mago? -  dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?...  ¿no es cierto que puedes ver el futuro?  


- No es eso -  dijo el mago  -  pero lo que sé, no me animo a decírtelo.  


- ¿Cómo que no te animas?-  dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes más eminentes... Contéstame pues, ¿Cuándo morirá el mago del reino?  


Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:  


- No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey...  


Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.  


El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago. 

 

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio...  


Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.  


Se dio cuenta de que se había equivocado.  


Su odio había sido el peor consejero.  


- Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.

  

- Me siento mal  - contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.  


Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones...  


El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.  


¿Habría leído su mente?  


La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?...  


Estaba aturdido  


Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.  


El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:  


- Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.  


- ¡ Majestad!. Será un gran honor... – dijo el invitado con una reverencia.

  

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y para que custodiasen  su puerta asegurándose de que nada pasara...  


Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora. 

 

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.  


Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.  


Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.  


El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).  


El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó...  


Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.  


No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.  


Pasaron los meses y luego los años.  


Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.  


Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo. 

 

Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.  


Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa.  


Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.  


El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.  


Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.  


Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo.  


Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.  


El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:  


- Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho.


- Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.  


- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan avergonzado...  


- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.  


Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia.  


Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos. 

 

El mago lo miró y le dijo:  


 - Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía.  Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí... Te confieso hoy  que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender,  quizás la más importante cosa que yo te haya enseñado nunca.  


Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.  


Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.  


El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en esta relación que habían sabido construir juntos...  


Cuenta la leyenda... que misteriosamente...  esa misma noche... el mago... murió durante el sueño.  


El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado.  


No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.  


Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo. 

 

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche anterior a su muerte?. 

 

Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después.  


Un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos...  


Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.  


Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos. 

 

Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.  


Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey  murió en su lecho mientras dormía... quizás de casualidad... quizás de dolor... quizás para confirmar la última enseñanza del maestro. 


GRACIAS MIL GRACIAS POR SUS APRECIABLES VISITAS, DEJO UN ENORME ABRAZO CON MUCHO CARIÑO, SU SIEMPRE AMIGA MEXICANA__________Kimera




























lunes, 23 de mayo de 2022

Hans Christian Andersen, publicado en 1837



“El Traje Nuevo del Emperador” o “El Rey va Desnudo”



Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados, ni le atraía el teatro, ni le gustaba pasear en coche por el bosque, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey que se encuentra en el Consejo, de él se decía siempre:

–El Emperador está en el ropero.

La gran ciudad en que vivía estaba llena de entretenimientos y era visitada a diario por numerosos turistas. Un día se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las telas más maravillosas que pudiera imaginarse. No sólo los colores y los dibujos eran de una insólita belleza, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de convertirse en invisibles para todos aquellos que no fuesen merecedores de su cargo o que fueran irremediablemente estúpidos.

-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los llevase, podría averiguar qué funcionarios del reino son indignos del cargo que desempeñan. Podría distinguir a los listos de los tontos. Sí debo encargar inmediatamente que me hagan un traje.

Y entregó mucho dinero a los estafadores para que comenzasen su trabajo.

Instalaron dos telares y simularon que trabajaban en ellos; aunque estaba totalmente vacíos. Con toda urgencia, exigieron las sedas más finas y el hilo de oro de la mejor calidad. Guardaron en sus alforjas todo esto y trabajaron en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber lo que ha avanzado con la tela», pensaba el Emperador, pero se encontraba un poco confuso en su interior al pensar que el que fuese tonto o indigno de su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que tuviera dudas sobre sí mismo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para ver cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban deseosos de ver lo tonto o inútil que era su vecino.

«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para ver si el trabajo progresa, pues tiene buen juicio, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos pícaros, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos.

«¡Dios me guarde! -pensó el viejo ministro, abriendo unos ojos como platos-. ¡Pero si no veo nada!». Pero tuvo buen cuidado en no decirlo.

Los dos estafadores le pidieron que se acercase y le preguntaron si no encontraba preciosos el color y el dibujo. Al decirlo, le señalaban el telar vacío, y el pobre ministro seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había.

«¡Dios mio! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No debo decir a nadie que no he visto la tela».

-¿Qué? ¿No decís nada del tejido? -preguntó uno de los pillos.

-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujos y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.

-Cuánto nos complace -dijeron los tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo ministro tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores volvieron a pedir más dinero, más seda y más oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Lo almacenaron todo en sus alforjas, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en el telar vacío.

Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado del tejido y a informarse de si el traje quedaría pronto listo. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y remiró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.

-Precioso tejido, ¿verdad? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.

«Yo no soy tonto -pensó el funcionario-, luego, ¿será mi alto cargo el que no me merezco? ¡Qué cosa más extraña! Pero, es preciso que nadie se dé cuenta».

Así es que elogió la tela que no veía, y les expresó su satisfacción por aquellos hermosos colores y aquel precioso dibujo.

-¡Es digno de admiración! -informó al Emperador.

Todos hablaban en la ciudad de la espléndida tela, tanto que, el mismo Emperador quiso verla antes de que la sacasen del telar.

Seguido de una multitud de personajes distinguidos, entre los cuales figuraban los dos viejos y buenos funcionarios que habían ido antes, se encaminó a la sala donde se encontraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo afanosamente, aunque sin hebra de hilo.

-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados funcionarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -, y señalaban el telar vacío,creyendo que los demás veían perfectamente la tela.

«¿Qué es esto? -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tonto? ¿O es que no merezco ser emperador? ¡Resultaría espantoso que fuese así!».

-¡Oh, es bellísima! -dijo en voz alta-. Tiene mi real aprobación-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío, sin decir ni una palabra de que no veía nada.

Todos el séquito miraba y remiraba, pero ninguno veía absolutamente nada; no obstante, exclamaban, como el Emperador:

-¡Oh, es bellísima!-, y le aconsejaron que se hiciese un traje con esa tela nueva y maravillosa, para estrenarlo en la procesión que debía celebrarse próximamente.

-¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todos estaban entusiasmados con ella.

El Emperador concedió a cada uno de los dos bribones una Cruz de Caballero para que las llevaran en el ojal, y los nombró Caballeros Tejedores.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con más de dieciséis lámparas encendidas. La gente pudo ver que trabajaban activamente en la confección del nuevo traje del Emperador. Simularon quitar la tela del telar, cortaron el aire con grandes tijeras y cosieron con agujas sin hebra de hilo; hasta que al fin, gritaron:

-¡Mirad, el traje está listo!

Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros más distinguidos, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:

-¡Estos son los pantalones! ¡La casaca! ¡El manto! …Y así fueron nombrando todas las piezas del traje. Las prendas son ligeras como si fuesen una tela de araña. Se diría que no lleva nada en el cuerpo, pero esto es precisamente lo bueno de la tela.

-¡En efecto! –asintieron todos los cortesanos, sin ver nada, porque no había nada .

-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad a quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones-, para que podamos probarle los nuevos vestidos ante el gran espejo?

El Emperador se despojó de todas sus prendas, y los pícaros simularon entregarle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Luego hicieron como si atasen algo a la cintura del Emperador: era la cola; y el Monarca se movía y contoneaba ante el espejo.

-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaron todos-. ¡Qué dibujos! ¡Qué colores! ¡Es un traje precioso!

–El palio para la procesión os espera ya en la calle, Majestad -anunció el maestro de ceremonias.

-¡Sí, estoy preparado! -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? -y de nuevo se miró al espejo, haciendo como si estuviera contemplando sus vestidos.

Los chambelanes encargados de llevar la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y siguieron con las manos en alto como si estuvieran sosteniendo algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada.

Y de este modo marchó el Emperador en la procesión bajo el espléndido palio, mientras que todas las gentes, en la calle y en las ventanas, decían:

-¡Qué precioso es el nuevo traje del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué bien le sienta! –nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que no veían nada, porque eso hubiera significado que eran indignos de su cargo o que eran tontos de remate. Ningún traje del Emperador había tenido tanto éxito como aquél.

-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

-¡Dios mio, escuchad la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo empezó a cuchichear sobre lo que acababa de decir el pequeño.

-¡Pero si no lleva nada puesto! ¡Es un niño el que dice que no lleva nada puesto!

-¡No lleva traje! -gritó, al fin, todo el pueblo.

Aquello inquietó al Emperador, porque pensaba que el pueblo tenía razón; pero se dijo:

-Hay que seguir en la procesión hasta el final.


Y se irguió aún con mayor arrogancia que antes; y los chambelanes continuaron portando la inexistente cola.


WOW A PESAR DE SER UN CUENTO DE HADAS  PARA NIÑOS, CON UN MENSAJE DE ADVERTENCIA, ÉL PODÍA SER MUY RICO Y COMPRARSE TODA LA ROPA QUE ÉL DESEA YA QUE EL DINERO ES SOLO UN INSTRUMENTO DE CAMBIO TERRENAL, EL DINERO NO EXISTE EN EL MUNDO ESPIRITUAL Y LO QUE RIFA EN EL MUNDO ESPIRITUAL ES LA FE, Y LA FE, SALVA, OBVIO QUE EL DINERO SIRVE DE MUCHO PERO NO COMPRA MUCHÍSIMAS COSAS, EL SOL NO LO PUEDE COMPRAR, EL AIRE, LA NOCHE, ETC, ETC, MUCHO MENOS MI SONRISA, MIS LAGRIMAS ENTRE OTRAS COSAS, EL DINERO SOLO COMPRA LO QUE TIENE PRECIO, LO QUE ME RECONFORTA ES QUE AL FINAL DE NUESTRAS VIDAS ES QUE NADA NOS LLEVAREMOS Y ESTO ES LO ÚNICO QUE POSEÍA EL REY, DINERO PARA PRESUMIR Y LOS ACHICHINCLES xoxo, QUE DECÍAN VER EL TRAJE Y LOS DEMÁS, TODO POR QUEDAR BIEN, Y COMO SIEMPRE LOS NIÑOS EN SU INOCENCIA SIEMPRE DICEN LA VERDAD, SOLO DE IMAGINAR ME MATA DE RISA XOXO, MIL GRACIAS BELLOS AMIGOS POR SUS APRECIABLES VISITAS, LES DESEO UN MARAVILLOSO INICIO DE SEMANA Y QUE SEA DE MUCHA BENDICIÓN CON MUCHO CARIÑO SU SIEMPRE AMIGA MEXICANA___________Kimera






















miércoles, 30 de marzo de 2022

Jorge Bucay



EL REY ARTURO, GALAHAD Y LA BRUJA






El rey Arturo había enfermado. En tan solo dos semanas su debilidad lo había  postrado en su cama y ya casi no comía. Todos los médicos de la corte fueron llamados para curar al monarca pero nadie había podido diagnosticar su mal. Pese a todos los cuidados, el buen rey empeoraba.


Una mañana, mientras los sirvientes aireaban la habitación donde el rey yacía dormido, uno de ellos le dijo al otro con tristeza:


-Morirá…


En el cuarto estaba Sir Galahad, el más heroico y apuesto de lo caballeros de la mesa redonda y el compañero de las grandes ludes de Arturo.


Galahad escuchó el comentario del sirviente y se puso de pie como un rayo, tomó al sirviente de las ropas y le gritó:


-Jamás vuelvas a repetir esa palabra, ¿entiendes? El rey vivirá, el rey se recuperará… solo necesitamos encontrar al médico que conozca su mal, ¿oíste?


El sirviente, temblando, se animó a contestar:


-Lo que pasa, Sir, es que Arturo no esta enfermo, está embrujado.


Eran épocas donde la magia era tan lógica y natural como la ley de gravedad.


-¿Por qué dices eso, maldición? Preguntó Galahad.


-Tengo muchos años, mi señor, y he visto decenas de hombres y mujeres en esa situación, solamente uno de ellos ha sobrevivido.


-Eso quiere decir que existe una posibilidad… Dime cómo lo hizo ése, el que escapó de la muerte.


-Se trata de conseguir un brujo más poderoso que el que realizó el conjuro; si eso no se hace, el hechizado muere.


-Debe haber en el reino un hechicero poderoso- Dijo Galahad –pero si no está en el reino lo iré a buscar del otro lado del mar y lo traeré.


-Que yo sepa hay solamente dos personas tan poderosas como para curar a Arturo, Sir Galahad; uno es Merlín, que aun en el caso de que se enterara tardaría dos semanas en venir y no creo que nuestro rey pueda soportar tanto.


-¿Y la otra?


El viejo sirviente bajó la cabeza moviéndola de un lado a otro negativamente.


-La otra es la bruja de la montaña… Pero aun cuando alguien fuera lo suficientemente valiente para ir a buscarla, lo cual dudo, ella jamás vendría a curar al rey que la expulsó del palacio hace tantos años.


La fama de la bruja era realmente siniestra. Se sabía que era capaz de transformar en su esclavo al más bravo guerrero con solo mirarlo a los ojos; se decía que con solo tocarla se le helaba a uno la sangre en las venas; se contaba que hervía ala gente en aceite para comerse su corazón.


Pero Arturo era el mejor amigo que Galahad tenía en su vida, había batallado a su lado cientos de veces, había escuchado sus penas más banales y las más profundas. No había riesgo que él no corriera por salvar a su soberano, a su amigo y a la mejor persona que había conocido.


Galahad calzó su armadura y montando su caballo se dirigió a la montaña Negra donde estaba la cueva de la bruja.


Apenas cruzó el río, noto que el cielo comenzaba a oscurecerse. Nubes opacas y densas perecían ancladas al pie de la montaña. Al llegar a la cueva, la noche parecía haber caído en pleno día.


Galahad desmontó y caminó hasta el agujero en la piedra. Verdaderamente, el frío sobrenatural que  salía de la gruta y el olor fétido que emanaba el interior lo obligaron a replantearse empresa, pero el caballero resistió y siguió avanzando por el piso encharcado y el lúgubre túnel. De vez en cuando, el aleteo de un murciélago lo llevaba a cubrirse instintivamente la cara.


A quince minutos de marcha, el túnel se abría en una enorme caverna impregnada de un olor acre y de una luz amarillenta generada por cientos de velas encendidas. En el centro, revolviendo una olla humeante, estaba la bruja.


Era una típica bruja de cuento, tal y como se la había descrito su abuela en aquellas historias de terror que le contaba en su infancia para dormir y que lo despertaban fantaseando la lucha contra el mal que emprendería cuando tuviera edad para ser caballero de la corte.




Allí estaba, encorvada, vestida de negro, con las manos alargadas y huesudas terminadas en longuísimas uñas que parecían garras, los ojos pequeños, la nariz ganchuda, el mentón prominente y la actitud que encarnaba el espanto.


Apenas Galahad entró, sin siquiera mirarlo la bruja le gritó:


-¡Vete antes de que te convierta en un sapo en algo peor!


-Es que he venido a buscarte- dijo Galahad, -necesito ayuda para mi amigo que esta muy enfermo.


-Je… je… je…- rió la bruja-. El rey esta  embrujado y a pesar de que no he sido yo quien ha hecho el conjuro, nada hay que pueda hacer para evitar su muerte.


-Pero tú… tú eres más poderosa que quien hizo el conjuro. Tú podrías salvarlo- argumentó Galahad.


-¿Por qué haría yo tal cosa?- pregunto la bruja recordando con resentimiento el desprecio del rey.


-Por lo que pidas- dijo Galahad, -me ocuparé personalmente de que se te pague el precio que exijas.


La bruja miró al caballero. Era ciertamente extraño tener a semejante personaje en su cueva pidiéndole ayuda. Aún a la luz de las velas Galahad era increíblemente apuesto, lo cual sumado a su porte lo convertía en una imagen de la gallardía y la belleza.





La bruja lo miró de reojo y anunció:


 -El precio es este: si curo al rey y solamente si lo curo…


-Lo que pidas…- dijo Galahad.


-¡Quiero que te cases conmigo!


Galahad se estremeció. No concebía pasar el resto de su días conviviendo con la bruja, y sin embargo, era la vida de Arturo. Cuántas veces su amigo había salvado la suya durante una batalla. Le debía no una, sino cien vidas… Además, el reino necesitaba de Arturo.


-Sea- dijo el caballero, -si curas a Arturo te desposaré, te doy mi palabra. Pero por favor, apúrate, temo llegar al castillo y que sea tarde para salvarlo.


En silencio, la bruja tomó una maleta, puso unos cuantos polvos y brebajes en su interior, recogió una bolsa de cuero llena de extraños ingredientes y se dirigió al exterior, seguida por Galahad.


Al llegar afuera, Galahad trajo su caballo y con el cuidado con que se trata a una reina ayudó a la  bruja a montar en la grupa. Montó a su vez y empezó a cabalgar hacia el castillo real.


Una vez en el castillo, gritó al guardia para que bajara el puente, y éste con reticencia lo hizo.


Franqueado por la gente de aquella fortaleza que murmuraba sin poder creer lo que veía o se apartaba para no cruzar su mirada con la horrible mujer. Galahad llegó a la puerta de acceso a las habitaciones reales.


Con la mano impidió que la bruja se bajara por sus propios medios y se apuró a darle el brazo para ayudarla. Ella se sorprendió y lo miró casi con sarcasmo.


-Si es que vas a ser mi esposa- le dijo –es bueno que seas tratada como tal.


Apoyada en el brazo de él, la bruja entró en la recámara real. El rey había empeorado desde la partida de Galahad; ya no despertaba ni se alimentaba.


Galahad mandó a todos a abandonar la habitación. El médico personal del rey pidió permanecer y Galahad consintió.


La bruja se acercó al cuerpo de Arturo, lo olió, dijo algunas palabras extrañas y luego preparó un brebaje de un desagradable color verde que mezcló con un junco. Cuando intentó darle a beber el líquido al enfermo, el médico le tomó la mano con dureza.


-No- dijo .Yo soy el médico y no confío en brujerías. Fuera de…


Y seguramente habría continuado diciendo “…de este castillo”, pero no llego a hacerlo; Galahad estaba a su lado con la espada cerca del cuello del médico y la mirada furiosa.


-No toques a esta mujer- dijo Galahad; -y el que se va eres tú… ¡Ahora!- gritó.


El médico huyó asustado. La bruja acercó la botella a los labios del rey y dejo caer el contenido en su boca.


-¿Y ahora?- preguntó Galahad.


-Ahora hay que esperar- dijo la bruja.


Ya en la noche, Galahad se quito la capa y armó con ella un pequeño lecho a los pies de la cama del rey. Él se quedaría en la puerta de acceso cuidando de ambos.


A la mañana siguiente, por primera vez en muchos días, el rey despertó.


-¡Comida!- gritó.  –Quiero comer…Tengo mucha hambre-.


-Buenos días, majestad- saludó Galahad con una sonrisa, mientras sonar la campanilla para llamar a la servidumbre.


-Mi querido amigo- dijo el rey, -siento tanta hambre como si no hubiera comido en semanas-.


-No comiste en semanas- le confirmó Galahad.


En eso, a los pies de la cama apareció la imagen  de la bruja mirándolo con una mueca que seguramente reemplazaba en ese rostro a la sonrisa. Arturo creyó que era una alucinación. Cerró los ojos y se los refregó hasta comprobar que, en efecto, la bruja estaba allí, en su propio cuarto.


-Te he dicho cientos de veces que no quería verte cerca del palacio. ¡Fuera de aquí!- Ordenó el rey.


-Perdón, majestad- dijo Galahad –debes saber que si la echas me estas echando  también a mí. Es tu privilegio echarnos a ambos, pero si se va ella me voy yo.


-¿Te has vuelto loco?- preguntó Arturo. -¿A dónde irás tú con este monstruo infame?


-Cuidado, alteza, estás hablando de mi futura esposa.


-¿Qué? ¿Tu futura esposa? Yo he querido presentarte a las jóvenes casaderas de las mejores familias del reino, a las princesas más codiciadas de la región, a las mujeres más hermosas del mundo, y las has rechazado a todas. ¿Cómo vas ahora a casarte con ella?


La bruja se arregló burlonamente el pelo y dijo:


-Es el precio que ha pagado para que yo te cure.


-¡No!- gritó el rey-. Me opongo. No permitiré esta locura. Prefiero morir.


-Está hecho, majestad- dijo Galahad.


-Te prohíbo que te caces con ella- ordenó Arturo.


-Majestad- contestó Galahad-, existe solo una cosa en el mundo más importante en el mundo que una orden tuya. Y es mi palabra. Yo hice un juramento y me propongo cumplirlo. Si tú te murieses mañana, habría dos eventos en un mismo día.


El rey comprendió que no podía hacer nada para proteger a su amigo de su juramento.


-Nunca podré pagar tu sacrificio por mí, Galahad, eres más noble aún de lo que siempre supe-. El rey se acercó a Galahad y lo abrazó-. Dime aunque sea que puedo hacer por ti.


A la mañana siguiente, a pedido del caballero, en la capilla del palacio el sacerdote casó a la pareja con la única presencia de su majestad el rey. Al final de la ceremonia, Arturo entrego a Sir Galahad su bendición y un pergamino en el que cedía a la pareja los terrenos del otro lado del río y la cabaña en lo alto del monte.


Cuando salieron de la capilla, la plaza central estaba inusualmente desierta; nadie quería festejar ni asistir a esa boda; los corrillos del pueblo hablaban de brujería, de hechizos trasladados, de locura y de posesión…


Galahad condujo el carruaje por los ahora desiertos caminos en dirección al río y de allí por el camino alto hacia el monte.


Al llegar, bajó presuroso y tomando a su esposa amorosamente por la cintura la ayudó a bajar del carro. Le dijo que guardaría los caballos y la invitó a pasar a su nueva casa. Galahad se demoró un poco más porque prefirió contemplar la puesta del sol hasta que la línea roja terminó de desaparecer en el horizonte. Recién entonces Sir Galahad tomo aire y entró.


El fuego del hogar estaba encendido y, frente a él, una figura desconocida estaba de pie, de espaldas a la puerta. Era la silueta de una mujer vestida en gasas blancas semitransparentes que dejaban adivinar las curvas de un cuerpo cuidado y atractivo.




Galahad miró a su alrededor buscando a la mujer que había entrado unos minutos antes, pero no la vio.


-¿Dónde está mi esposa?- preguntó.


La mujer giró y Galahad sintió su corazón casi salírsele del pecho. Era la más hermosa mujer que había visto jamás. Alta, de tez blanca, ojos claros, largos cabellos rubios y un rostro sensual y tierno a la vez. El caballero pensó que se habría enamorado de aquella mujer en otras circunstancias.


-¿Dónde está mi esposa?- repitió, ahora un poco más enérgico. La mujer se acercó un poco y en un susurro le dijo:


-Tu esposa, querido Galahad, soy yo.


-No me engañas, yo sé con quién me case- dijo Galahad- y no se parece a ti en lo más mínimo.


-Has sido tan amable conmigo, querido Galahad, has sido cuidadoso y gentil conmigo aún cuando sentías que aborrecías mi aspecto, me has defendido y respetado tanto como nadie lo hizo nunca, que te creo merecedor de esta sorpresa…La mitad del tiempo que estemos juntos tendré este aspecto que ves, y la otra mitad del tiempo, el aspecto con el que me conociste…- La mujer hizo una pausa y cruzó su mirada con la de Sir Galahad-. Y como eres mi esposo, mi amado y maravilloso esposo, es tu privilegio tomar esta decisión: ¿Qué prefieres, esposo mío? ¿Quieres que sea esta de día y la otra de noche o la otra de día y esta de noche?


Dentro del caballero el tiempo se detuvo. Este regalo del cielo era más de los que nunca había soñado. Él se había resignado a su destino por amor a su amigo Arturo y allí estaba pudiendo elegir su futura vida. ¿Debía pedirle a su esposa que fuera la hermosa de día para pasearse ufanamente por el pueblo siendo la envidia de todos y poder en silencio y soledad la angustia de sus noches con la bruja? ¿O más bien debía tolerar las burlas y desprecio de todos los que lo verían del brazo con la bruja y consolarse sabiendo que cuando anocheciera tendría él solo el placer celestial de la companía de ésta hermosa mujer de la cual ya se había enamorado? Sir Galahad, el noble Sir Galahad, pensó y pensó y pensó, hasta que levantó la cabeza y habló:


-Ya que eres mi esposa, mi amada y elegida esposa, te pido que seas…la que tú quieras ser en cada momento de cada día de nuestra vida juntos…


 Cuanta la leyenda que cuando ella escucho esto y se dio cuanta que podía elegir por sí misma ser quien ella quisiera, decidió ser todo el tiempo la más hermosa de las mujeres.




QUE BONITO CUENTO Y SOBRE TODO LA NOBLEZA DE SIR GALAHAD, QUE LE DICE A ELLA QUE DECIDA POR SÍ MISMA,  LO QUE ELLA QUIERE SER, QUIZÁS MUCHOS ANDAMOS ASÍ DISFRAZADOS O CON UNA CORAZA POR TEMOR A SER LASTIMADOS, PERO EL VERDADERO AMOR NO ES OTRA COSA QUE EL DESEO INEVITABLE DE AYUDAR A OTRO PARA QUE SEA QUIEN ES..MIL GRACIAS BELLOS AMIGOS POR PASAR A LEER, QUE DISFRUTEN DE UN EXCELENTE DÍA, CON MUCHO CARIÑO SU AMIGA MEXICANA_______________Kimera